
Siempre tuve la lágrima fácil, desde muy chica en todas las despedidas, lloraba desconsoladamente, será por eso que las detestaba siempre, en un momento llegué a odiar los aeropuertos y las terminales... me parecían lugares fríos, donde las historias de amor quedaban a medio terminar, donde las familias se separaban, donde los amigos se distanciaban, donde la vida en un determinado lugar se cortaba y los abrazos quedaban a medio dar, donde el corazón se dormía y el tiempo se detenía dejando el amor en estado de coma, quizá para despertar o quizá para morir definitivamente…
Quizás lo sienta así porque despedí a mucha gente de mi vida o porque muchas veces también me despidieron sin darme tiempo para realmente despedirme
Pasó mucho tiempo hasta que pude darme cuenta de que los aeropuertos y terminales además de ser lugares de despedida son lugares de encuentro, donde uno va a recibir a quienes vienen o vuelven, donde algunos llegan en busca de un destino, mientras que otros se van también en busca del suyo, donde se filmaron miles de millones de escenas finales de películas románticas, donde se dan los besos más emotivos, los abrazos que habían quedado guardados esperando ser dados, donde se llora pero también de alegría, donde uno se reencuentra con uno mismo y con quien despidió, donde empiezan las grandes proezas, donde los negocios se encaminan, donde las fans esperan ansiosas el eufórico momento de ver a su ídolo cruzar por alguna de las puertas, donde empiezan los viajes, exteriores e interiores… donde la vida puede levantar vuelo y donde incluso se puede llegar a volar con el alma…
Ahora no odio los aeropuertos ni las terminales, porque sé que cada despedida tiene su correspondiente llegada y consiguientemente un encuentro, ahora no odio los viajes, no sólo porque para mí ahora son sinónimo de encuentro sino porque sé que en uno de esos viajes está mi destino… y sí, voy a tener que despedirme de algunas cosas pero sé que voy a recibir otras y es de cobardes no afrontar el desafío.
(foto: twilightmovie.com)
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